Entre esos temas que se hablan todos los días, está el de los hijos adultos, y a qué edad «deben» irse los hijos de casa. A qué edad hay que sacar a los hijos de la casa? Y qué consecuencias puede tener no sacar a los hijos a tiempo? Pareciera que ahora la moda es «minimizar» la etapa de los hijos en nuestras vidas: cumplidos los 18, se van y no tengo nada más que ver. Qué tan cierto es, que eso es lo correcto?
Les vamos a adelantar la respuesta: no hay respuesta. Y las consecuencias no son tan severas como mucha gente piensa.
A qué edad sacar a los hijos de la casa: por qué no hay respuesta?
No hay respuesta, porque las culturas son muy diferentes, la gente es muy diferente, y las situaciones son muy diferentes. Sí buscan en internet es probable que encuentren que todo parece girar en torno a la «regla de los 18 años»: a los 18 años, los hijos deben irse de casa. Pero, hay que tener en cuenta que esa «regla» viene de la cultura estadounidense, y puede ser válida si están en el entorno estadounidense.
Entre los estadounidenses es muy común que, alcanzada la mayoría de edad los hijos estén casi obligados a dejar la casa. Una encuesta realizada en el año 2003 por Gallup encontró que en Estados Unidos, la población que todavía vive con sus padres después de los 24 años es tan sólo el 15%, y a los 18 años, ya el 50% de los entrevistados salieron de casa de sus padres.
Lo que pasa es que el entorno estadounidense no existe en todo el planeta. Ya quisiéramos ver en latinoamérica salarios mínimos de $40.000 anuales, inflaciones casi nulas, e índices de precios ridículos. En países fuera de Estados Unidos, las condiciones económicas y sociales pueden ser muy distintas, y más bien pueden favorecer los hogares donde los hijos todavía viven en casa hasta avanzadas edades.
El error de creer en la «regla de los 18» para sacar a los hijos de la casa
Aplicar indiscriminadamente la regla de los 18 años para sacar los hijos de la casa puede ser un error, dependiendo el entorno en el que estemos. Y más bien puede causar un daño difícil de reparar. Y no hablamos de ese tema sentimental y psicológico que nadie entiende, hablamos de un escenario más concreto: deuda. Actualmente la cantidad de personas de por debajo de los 30 años que tienen problemas de deuda serios es muy significativa. Y si analizamos la cantidad de la población que tiene deudas insostenibles de alto interés (tarjetas de crédito!), el panorama se vuelve aún más preocupante.
Y es que muchas personas jóvenes optan por salir de casa antes de estar preparados para la complejidad y responsabilidades del mundo real. Ni siquiera entienden qué es una tasa de interés, y ya tienen que enfrentarse con salarios, gastos de mantenimiento, préstamos de vehículos, alquileres o préstamo para casas, seguridad social, pensiones…
No es de sorprenderse que mucha gente haya terminado en problemas financieros, por salir de casa antes de tiempo.
El que un hijo tenga la posibilidad de quedarse en casa hasta que pueda estabilizar su situación, analizar bien su entorno y tomar decisiones para enrumbar su vida es un regalo de valor incalculable. El no estar presionado por sacar a los hijos de la casa, puede evitarles caer en la trampa universal: el ciclo de endeudamiento eterno. La diferencia financiera que hace irse de casa sin nada a los 18 años, o irse a los 28 años con ahorros y una situación estable, es abismal. Y esa diferencia es tan abismal, que afecta el rumbo de la vida completa de una persona.
No existe el «síndrome del niño eterno»
El terror que tienen los padres de no sacar a los hijos de la casa, es creer que los están convirtiendo en niños eternos, y que jamás podrán valerse por sí mismos. Esto no es cierto, siempre y cuando entendamos y aceptemos las cosas a como realmente son: estamos entre adultos.
El 99% de los adultos jóvenes no son ni serán «niños eternos», sin importar si se quedan o no en casa. Los adultos tienden por naturaleza a buscar su independencia, y rara vez van a querer ser niños eternamente, dependientes de sus padres.
Lo que debe cambiar si tenemos hijos adultos en casa, es precisamente nuestra mentalidad. Ya no estamos en una relación «yo autoridad, tu súbdito». Pasamos a estar en una relación cooperativa: cada uno es una persona independiente, con su vida independiente, que comparten un mismo espacio. Y esa relación existe y funciona, mientras ambos entiendan que tienen que aportar valor al proceso.
Esa es la parte más importante si los hijos quieren permanecer en casa: entender que ya no hay una relación de dependencia, sino de cooperación y convivencia. En esos casos de horror, de hijos de 35 años sin trabajo estable que no hacen nada, generalmente no se dio ese cambio de mentalidad: el hijo sigue creyendo que es un adolescente y que no tiene obligación de ir formando su propia vida, y el padre sigue creyendo que tiene un adolescente en casa que «mágicamente» algún día se convertirá en adulto. Y en todos los casos, hubo abundantes señales de alerta de que las cosas no iban bien, que se pasaron por alto.
Cuándo sacar a los hijos de la casa
Podríamos escribir volúmenes acerca de cómo tener una relación armoniosa con los hijos adultos que todavía viven en casa. Y es que hay infinitas formas de hacerlo. Empezamos por entender el principio de las cosas: ahora todos somos adultos, y todos tenemos que ir creando nuestras vidas independientes y respetar las de los demás. Y de ahí en adelante, buscamos el mejor camino según nuestro caso particular.
Pero, hablemos más bien de la otra cara de la moneda: cuándo, definitivamente, sacar a los hijos de la casa. Ese escenario que nadie quiere enfrentar, pero que tenemos que conocer. Porque es cierto, quedarse en casa de los padres hasta encontrar rumbo y estabilidad es uno de los mayores apoyos que se pueden hacer a los hijos. Pero si las cosas no van bien, no saber manejar la situación sí puede ocasionar mucho daño y problemas.
El principio que tiene que regir nuestra relación es el que mencionamos anteriormente: valor para todos. Tiene que ser un escenario ganar-ganar: entre varios adultos, se pueden hacer mejor las cosas, y todos estamos dispuestos a dar, para a cambio recibir. Hay roces, hay incomodidades, pero temporales… porque al final, nuestra vida con hijos adultos en casa debe ser agradable.
Cuando no se da esa situación, es que debemos comenzar a hablar y a clarificar las reglas del juego.
Un hijo adulto que se quede en casa debe aportar en todo sentido a la calidad de vida en el hogar. Y todos sabemos en qué momento hay y no hay calidad de vida en el hogar. No hay mucho que decir ahí.
Pero además, el hijo adulto debe demostrar que realmente está forjando su vida y tomando un rumbo. En su mente siempre tiene que estar esa pregunta: qué voy a hacer? Y sus acciones tienen que concordar con lo que tenga en mente. Si su objetivo es ahorrar para comprar su propia casa en unos años, o buscar una carrera estableciéndose en el extranjero, sus acciones tienen que estar de acuerdo.
Si nuestro hijo dice que quiere ahorrar y comprar su propia casa, y notamos que su estilo de vida es mesurado, y que sus manejos financieros son razonados, sabemos que va por buen camino la cosa. Y puede que su situación particular lo obligue a quedarse en casa 7 o 10 años después de los 18 para lograr la meta. Y eso está bien, porque hay una meta, hay un plan, y se está progresando. Lo podemos apoyar sin preocupación.
Pero si notamos que nuestro hijo nunca logra un trabajo estable, y además sus ahorros los dispara cada mes sin pensarlo, eso tiene que ser una señal de alerta. Y puede ser hora de clarificar algunas cosas, y pedir acciones correctivas. Y en esos escenarios «incómodos», recuerden: pedir. Ya no están tratando con un niño. Están tratando con un adulto independiente con voluntad propia. Si llegan con la pretensión de dar órdenes y exigir cosas «porque yo digo»… van a topar con problemas.
Cuándo, en definitiva, tenemos que pensar en sacar a los hijos de la casa?
- Cuando el seguir compartiendo con ellos, frena nuestro plan de vida. Los padres somos adultos independientes también, y tenemos un plan de vida. Puede que queramos vender nuestra casa, para seguir adelante con algún proyecto, y nuestros hijos adultos nos estén impidiendo hacerlo. En ese caso, tendremos que darles noticia del asunto y pedirles que tomen las previsiones. No queda más que sacar a los hijos de la casa.
- Cuando el tenerlos en casa está frenando su desarrollo personal. Si estamos aportando a que logren una meta a largo plazo, y ellos se están esforzando para conseguirla, ni hablar. Pero si el que estén en casa más bien les sirve de excusa para no tomar las decisiones y acciones importantes, y para ignorar toda noción de estabilidad e independencia financiera, es hora de hablar.
- Cuando el tenerlos en casa, no aporta valor a nuestra vida. Si los hijos adultos en casa más bien son una carga para nosotros, y están haciendo miserable nuestra vida, es hora de hablar. Puede que la solución esté en un cambio de actitud, o puede que la solución esté en tomar caminos separados y sacar a los hijos de la casa. Los roces entre adultos independientes se dan, es normal, pero tienen que ser puntuales: la incomodidad nunca debe convertirse en una forma de vida.
- Cuando nuestra situación no es sostenible. Nunca debemos permitir que los hijos en casa, se conviertan en una carga para nosotros que nos hunda. Si encontramos que mes tras mes, nuestro salario se va en gastos que generan nuestros hijos adultos, es hora de hacer un alto. Ellos son adultos también, y tienen que poder sostener su propio peso. Ese debería ser un requisito indispensable para permitirles que sigan en casa.
- Cuando los hijos consiguen su pareja. En el momento en que nuestros hijos tienen una pareja estable, se convierten en un núcleo familiar. Y ahí se empiezan a complicar las reglas del juego… en especial si pretenden que nuestro hogar se amplíe para incluir a su pareja. No hay nada malo con apoyar a nuestro hijo y su pareja un tiempo corto, para independizarse, pero no debemos permitir que nuestros hijos traten de establecer su propia vida familiar en nuestra casa, porque no funcionará. Nosotros más un hijo es compañía, nosotros más un hijo y su pareja es tumulto. Afortunadamente la mayoría de los hijos adultos llegan a comprender esto rápidamente, y si la relación verdaderamente es sostenible, buscarán seguir su propio camino.
- Cuando existen situaciones de riesgo o peligro. Este es uno de los casos a los que nadie quiere enfrentarse, pero tenemos que saber reconocerlo y actuar. Si tener un hijo en casa está poniendo en peligro el bienestar de los demás, o si nuestro hijo está realizando actividades ilegales o riesgosas, es hora de hablar y detener el asunto. Cada quien es libre de vivir como quiera, pero los demás no tienen por qué estar en peligro a raíz de ello. Como vimos al inicio, que todos obtengan una experiencia positiva de compartir en casa es una regla indispensable para que funcione el asunto. Si nuestro hijo está haciendo algo que nos ponga a nosotros o a otras personas de la casa en peligro, es una violación absoluta y clara de este principio, y hay que tomar acciones: o se arregla el asunto, o nuestro hijo se lleva sus problemas a otro lado.
Sobre todo, no crea en los estereotipos
Uno de los tips más importantes para convivir con hijos adultos en casa, y saber cuándo sacar a los hijos de la casa, es no dejarse llevar por los estereotipos. Recuerde que la «regla de los 18 años» es una regla de los estadounidenses, en su sociedad, y que no es aplicable necesariamente al resto. Y el hecho de que repitan esa regla 30 veces al día en la televisión, no necesariamente implica que es cierta.
Tampoco se deje llevar por lo que dicen sus amistades o lo que ve en otras familias. Si su amigo tiene un hijo que salió a los 18 años de casa, y actualmente vive feliz al otro lado del mundo, excelente por él. Pero eso no significa que sacar a sus hijos de la casa a los 18 años, vaya a dar el mismo efecto.
Recuerde que cada familia es diferente, y cada caso es diferente. Busque siempre crear valor positivo para todos en casa, y apunte siempre hacia apoyar el desarrollo y las metas de sus hijos. Eso le ayudará muchísimo a saber en qué momento hay que sacar a los hijos de la casa, y en qué momento podemos seguir disfrutando de su compañía en nuestra casa.